Todo
el mundo sabía que ella era una mujer bala. Plateada, resbaladiza, sin
trayectoria fijada de antemano. Se disparaba sola, en manos de casi
cualquiera; a bocajarro, en el asiento de un coche parado junto al
semáforo
de una gran avenida; por la espalda, en callejones traicioneros, cuando las horas se sueltan unas de otras. La víctima se alejaba siempre por su propio pie, subiéndose la cremallera del pantalón con el gesto de quien se palpa una herida sangrante. Muchos no se daban cuenta, hasta pasado algún tiempo, de que el disparo no tenía orificio de salida.
de una gran avenida; por la espalda, en callejones traicioneros, cuando las horas se sueltan unas de otras. La víctima se alejaba siempre por su propio pie, subiéndose la cremallera del pantalón con el gesto de quien se palpa una herida sangrante. Muchos no se daban cuenta, hasta pasado algún tiempo, de que el disparo no tenía orificio de salida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario