que dentro
nuestros oídos
consiguen acariciar.
Se apiadan las mariposas de la sangre
para refugiarnos en adorables
edredones de volantes apiñados.
Los colores de la carne
no saben de la pureza
la enfermedad es la sal de la muerte.
La fría beldad amanece
en podrida mansedumbre.
Perseguimos gritos sordos
canciones descarnadas
violentas y prietas soluciones
para esquizoides que
sudan derrotas.
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